22 de enero de 2011

Punto de libro: trilogía africana de Javier Reverte

Desde hace un tiempo mi predilección a la hora de buscar, ojear y leer libros va encaminada a la literatura de viajes. Si ya de por sí dicen que la lectura despierta y hace trabajar la imaginación, no encuentro mejor forma de dar trabajo a mis pupilas y neuronas que poniendo colores, formas, texturas y personalidad a nuestro tan variado planeta. Trazar paisajes en la imaginación es ciertamente un hermoso ejercicio, aunque he de reconocer que lo que más me gusta es escuchar cómo suenan en mi mente los nombres con los que a lo largo de los siglos la humanidad ha ido bautizando cada vértice del orbe (Mar de Ross, Estrecho de Magallanes, Capadocia, Delta del Okavango, Islas Molucas, Cataratas Victoria, Lago Baikal o Tierra de Francisco José), así como saber de sus historias, sus personajes y acontecimientos; no hay Historia sin Geografía.
En muchas ocasiones, para el que lee postrado en su sillón, sentado al sol en un banco cualquiera o entre estaciones de metro, se convertirán en viajes imposibles de realizar, en otras serán sueños que tal vez algún día se cumplan, o en el mejor de los casos quizás no reste tanto para poder pisar ciertos lugares sobre los que lees.
Uno de los autores que más me gusta es Javier Reverte. Su capacidad de describir con sencillez y sensibilidad lugares y personas es en muchos casos casi poética, llena de sinceridad y realismo, sin por ello restar emotividad y belleza a lo más humilde que pueda rodearnos. Además, intercala pasajes puramente viajeros con otros de corte histórico, resumiendo y aglutinando procesos y personajes históricos destacados, y no tan destacados, de cada lugar.
Su trilogía de África es simplemente conmovedora, por cómo son el continente, sus sociedades y personas. Del Cabo de Buena Esperanza a El Cairo, pasando por los bóer, la búsqueda del nacimiento del Nilo, la tragedia en las orillas del río Congo o del Lago Victoria, la Reserva Selous, la Isla de Kilwa, los nubios, la presa de Asuán... Todo aquel que se quiera acercar al continente africano- ya sea con sus propios pies o con su mente y alma- tiene aquí un buen punto de partida: El sueño de África, Vagabundo en África y Los caminos perdidos de África.

18 de enero de 2011

Vic, la señora de Osona

A mitad de camino entre Barcelona y la frontera francesa aparece, sin escondite posible y entre un mosaico de tierras dedicadas a la agricultura y la ganadería, Vic. Capital de la comarca de Osona y acariciada por el río Mèder (afluente del Ter), se encuentra en una extensa planicie a la que da nombre- Plana de Vic-, en la que sólo destacan pequeños relieves resultado de la acción diferencial de la erosión fluvial. Su ubicación, nada defensiva por otra parte, ha permitido a sus habitantes no sólo obtener grandes y buenos beneficios de la tierra- ahí están sus embutidos-, sino contar con una posición privilegiada para las comunicaciones. Por su historia, cultura y progreso casi podemos hablar de una pequeña capital, una de esas ciudades medias que tanto gustan para vivir o visitar.
Llena de casas señoriales que pisan estrechas calles empedradas y rebosante de barroco y modernismo, tiene un centro histórico para enmarcar; cada esquina propone un lugar para detenerse a respirar el frescor de un aire que huele a niebla, a escuchar el correr de algún niño o el tacón de algún zapato, a observar algún escaparate repleto de fuet y salchichón.
Sus puntos más conocidos son la plaza mayor- deslucida y sin solemnidad en días de mercado aunque rebosante de rica gastronomía-, el templo romano y su catedral, sobre todo por su espigado campanario románico, que gusta de coquetear con el azul del cielo. Sin embargo, todo el centro de la ciudad es muy recomendable para el paseo y en cualquier punto podemos encontrarnos con algún retal de historia o cruzarnos con nobles apellidos catalanes que adornan placas y fachadas. El puente de Queralt, el hospital de la Santa Creu o los sencillos elementos arquitectónicos próximos a la muralla no deben quedarse en el tintero. El contrapunto lo ponen las secas, frías y desangeladas plazas recientemente reformadas y habilitadas, ni una de las cuales llega siquiera a la base del más gastado de los adoquines de esta esencial ciudad.