11 de mayo de 2012

Montjüic vestida de Mediterráneo

Son muy pocos los sitios en Barcelona donde se puede desconectar por completo del ruido y la jauría. Un botón de esos que sirven de ejemplo es la montaña de Montjüic (aburre que siempre se la adjetive como "emblemática") una vez dejado atrás su estadio; ese recuerdo y reducto del olimpismo, hoy lugar de encuentro para autobuses rebosando turistas y sede para conciertos de divas y divinos. Si Zeus levantara la cabeza...
Además de un estupendo mirador frente a la Sierra de Collserola desde el que conocer y cotillear la ciudad más allá de sus límites por el Llobregat y el Besós, del castillo con balcón al puerto y de un bosque de pinos entre los que da gusto ventilar los pulmones, aquí se encuentra el jardín botánico de la ciudad: no es tan fácil en este tipo de piñas urbanas encontrar un lugar en el que martirizar a los alérgicos primaverales.
No hace falta pasar mucho tiempo entre sus vivos verdes para darnos cuenta de que los ruidos del estrés y sus malos humos no campan por estas lindes: motos, camiones y ruidosos mejor entre semáforos. Aquí el frágil y diverso bioma mediterráneo, desde Cerdeña hasta el sudoeste australiano, de Chile a Sudáfrica, de California a Murcia, ofrece toda su profusión de colores y delicadeza, conquistando un pequeño trozo de ciudad igual que los romanos hicieron suyo el Mediterráneo.

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