1 de junio de 2012

Islandia. Por fin

Apenas faltan unas horas para emprender viaje a Islandia. Larga ha sido la espera, intensa, emocionante, difícil la resolución, pero bendito el día que se nos ocurrió viajar a esta isla apartada de todo en el lejano septentrión atlántico.
En plena dorsal mesoatlántica, allí donde crecen las placas continentales euroasiática y americana, su geografía está viva y se comporta de forma vigorosa; de ahí los bramidos de sus volcanes. Campos de lava, coladas basálticas, fumarolas y géiseres hablan de la portentosa energía geotérmica bajo sus cimientos. Los glaciares, el hielo, el viento y el agua terminan de modelar un paisaje impracticable para el ser humano, desolado e inhóspito; una tierra a la que hay que ir con una capacidad infinita para asombrarse.
Un país de sagas y cabañas, navegantes, gente recia y bacalao, de hambrunas y milagroso desarrollo, estruendoso desplome y posterior resurgimiento a base de democracia y educación. Naturaleza pura, dicen. Admiro a todas aquellas mentes perturbadas que hace más de mil años decidieron, con valentía, hacerse a la mar en barcazas dejando atrás sus puertos escandinavos o irlandeses con el único objetivo de llegar más allá, desvelar la tierra incógnita, alcanzar la imaginaria "Última Thule".

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