27 de julio de 2012

¿Cuánto cuesta el verano?

¿Hay algo más veraniego que comerse un melocotón bien fresquito? Sí, comerse un melocotón bien fresquito, un par de tajadas de sandía roja y dulce y darse un chapuzón.
La propia palabra "verano" nos llena de alegría... y de recuerdos, siempre a la caza del mejor de nuestras vidas. No hay verano sin que Telecinco saque el típico plano de las playas a rebosar de Benidorm, ni el topless de turno: "tápate que te va a ver tu padre en tetas y verás la que monta".
De playero tengo sólo las chanclas, pero me encanta el sol, dormir despatarrado en la cama, sentir el ventilador en el lomo y devorar tarrinas de helado; casualmente con esto último me pasa como con los mantecados: soy intemporal. El verano es tiempo de viajes, de bicicletas, de escapadas a la montaña y aventuras de campamento, de ver a la familia y los amigos, del cine al aire libre en la plaza, de las fiestas de pueblo, de disfrutar la noche, del hielo...
Y cuando termine éste volveré a decir "ya mismo está aquí el verano", porque si no la respuesta a la pregunta es "nueve meses".

23 de julio de 2012

Islandia (V). Eyjafjallajökull, sueño de una noche de verano

Siempre podré decir que he estado junto al Eyjafjallajökull, durmiendo a su vera. Esta es la bestia que entró en erupción en 2010 y dejó a la todopoderosa Europa rendida a los pies de sus cenizas, lanzando plegarias a sus tripas para que levantase el veto al transporte aéreo. Siglo XXI, el hombre de rodillas y los presentadores de televisión españoles totalmente incapaces de pronunciar su nombre, entre evidentes muestras de desconcertante analfabetismo profesional, a mitad de camino entre la sorna y la incultura; me encanta.
Nuestra ruta islandesa nos llevaba a este primoroso lugar, sólo accesible tras unos diez kilómetros de camino de piedra suelta, apartado de la ruta principal, ajeno a todo y todos, en el valle Þórsmörk. Al Norte nos flanqueaban las laderas de Hraun, al Sur se extendía el volcán- de entre tres y cuatro kilómetros de diámetro- y el glaciar homónimo, de unos 100 km² de superficie. Y mientras, el sol nos enseñaba en nuestra primera "noche" islandesa cómo se las gasta por estas latitudes en verano, descendiendo imperceptiblemente, alargando las sombras y haciendo infinitos los contrastes. Apoteósico.
El hostal, una cabaña digna de aventureros, exploradores y buscadores de oro del Gran Norte, no podía estar mejor ubicado. Desde su promontorio el mirador es maravilloso, "primera línea de playa" para admirar un paisaje en los límites de la fantasía (nosotros incluso preferimos trepar un poco más por la ladera remontando una estrecha garganta; ya se sabe, la cabra tira al monte). El glaciar superior, de tipo escandinavo, cubriendo como una bóveda las cumbres de la montaña; las lenguas glaciares, de tipo alpino, descendiendo entre laderas encajonadas; las zonas de erosión y sedimentación, conos libres de hielo que parecen esperar que un pie se pose en ellos para desmoronarse; los pastos para el ganado; los guijarros extendiéndose por una alfombra desproporcionada; los cursos de agua del deshielo corriendo en todas direcciones, cruzándose, buscando el Atlántico. De postal.
La persona que gestiona el alojamiento nos enseñó su más preciado patrimonio, una fantástica biblioteca con estanterías plagadas de antigüedades y ejemplares únicos sobre Geología, vulcanismo, fotografía, Geografía, senderismo, cicloturismo... referentes a la zona. También nos mostró su pequeña colección de piedras, restos de antiguas erupciones y coladas de lava. Ojo, hasta diez metros de altura alcanza la lengua lávica que baja por este valle cuando el animal entra en acción. A sus pies, Eyjafjallajökull.

16 de julio de 2012

Islandia (IV), Gullfoss. It's unbelievable!

¡Escandaloso!
¡Asombroso! Hay momentos, impresiones, impulsos, que no se pueden describir; simplemente hay que vivirlos. Como presenciar el paso del río Hvitá en Gullfoss (Cascada Dorada), desapareciendo y desplomándose en una grieta radical, desparramando agua y estruendo por sus tres escalones, en un recorrido de requiebros que termina con una cortina ascendente de agua que lo empapa todo. Aguas abajo, el flujo continúa con más fuerza y violencia, si cabe, de la que traía.
En mi vida he visto semejante demostración de poderío, de Naturaleza, de virtud. Éste es uno de los momentos vitales de Islandia, un lugar para pasar horas de salivación pavloviana, mirando y escuchando el arrebato. Sin el líquido elemento nada sería lo que es en este mundo, pero este lugar esta fuera, incluso, de la órbita de lo excepcional. Tal vez por ello aparece, para recordárnoslo, el arco iris.

Þingvellir, Geysir y Gullfoss forman el denominado Círculo de Oro islandés, un calificativo que vale como marca turística para dejar satisfecho al visitante de cuatro días en Reykjavík, pero que desmerece al resto de la isla; una calamidad donde todo es extraordinario. La "maldición" de una naturaleza indómita e indomable va a continuar por mucho, porque aunque algunos se empeñen en lo contrario, es mucho más sencillo, barato y rentable conservar que destruir.
C'est incroyable!

12 de julio de 2012

El Guadalquivir sin derechos: Canal Sevilla-Bonanza

Todo buen hijo de su pueblo conoce al dedillo las tradiciones y fiestas populares, identifica lugares con sentimientos y callejea con soltura por entre sus costumbres. El sevillano arquetípico, mejor que nadie, se desenvuelve aquí con más maestría que entre tapas y exageraciones. Que no se escape una cofradía- con su día, nazarenos, virgen y contador de lágrimas-, una calle de la Feria o un bar con cerveza fría; no deja oportunidad sin chiste o anécdota, una falsa apariencia o un "mi alma".
Posesivo con la ciudad y sus partes, topófilo y receloso de lo foráneo. Desconocedor de mucho en consecuencia, incluso de que despreciar lo que se ignora es grave pecado. Aquí entra al trapo "su" Guadalquivir, que ningún otro andaluz lo puede tener más en su pleno derecho. Sin embargo, encerrado en su fanatismo, cercado por la Torre del Oro y Triana, mucho se le escapa. Con una historia turbulenta y funesta de inundaciones y catástrofes- hoy inconcebibles-, la ciudad de Sevilla ha cambiado al son de sus necesidades para protegerse del río, modificando su trazado. Así se explica que la Cartuja sea una "isla", por ejemplo. 
El río que hoy los sevillanos veneran está ciego, ocluido; el agua circula donde muchos no prestan atención. Junto a su abridero en la esclusa, salida hacia el mar, se encuentra la cabecera del Canal Sevilla-Bonanza, herencia de las políticas hidráulicas franquistas, una obra faraónica digna de documental y de la más recia tradición sevillana de hacer las cosas mal. Proyectado para que la navegación fluvial no dependiera de mareas ni dragados, se planteó como una salida directa al Atlántico. Corruptelas, facturas y marismas de por medio, está marginado hasta por el propio puerto, atento a la expansión urbana al Sur de la ciudad, casi inaccesible y cubierto de una niebla tan opaca en el ideario sevillano que parece la respuesta a una iniciativa cultural diferente. Sevilla, Feria y Semana Santa, para qué más mundo.

8 de julio de 2012

Islandia (III), Gran Géiser. ¡Agua va...!

No había clase en los colegios que no tuviera un granuja capaz de saltarse las normas y la autoridad del profesor (entonces, antes, lo habitual era el respeto). El temerario de turno desafiaba a todos, por ejemplo, explotando bombas fétidas en mitad de clase; olor a huevo podrido, sin más. Algunos dirán que si no has vivido algo así no has tenido infancia; yo siempre lo asocié a la profesión más antigua del mundo sin relación causa-efecto con la maternidad.
En Islandia ves y sientes que la tierra está viva por donde andas, y hay lugares en que esta juventud geotectónica es más evidente que en otros. En Geysir, por ejemplo, el lugar que da nombre a todos los fenómenos naturales de esta calaña alrededor del mundo, y uno de los pocos circos turísticos de todo el país- ojo, que en España sería un oasis-, la fuerza de lo que hay bajo las suelas acongoja y sorprende. Es inevitable pensar que si toda esa energía se liberase sin dosificador, volaríamos en miles de pedacitos.
El Gran Géiser, un agujero de apenas dos metros de diámetro que bien podría descender al centro de la tierra, está colmado de agua en ebullición que forma una curiosa bóveda burbujeante de color azul turquesa. Su sino es esperar con nerviosismo el pulso de su detonador- el acuífero, la Tierra- para explotar en una columna de agua de unos veinte metros del altura, impresión simultánea a su estruendo. A veces la explosión es doble, pero al parecer la mano humana y sus ocurrencias han dejado un muñeco roto de lo que era un misil de sesenta (¡60!) metros de altura. Después de las últimas gotas y el vapor de agua, la masa retrocede en el sumidero y desaparece. Recarga energías y... preparados, listos, ya... ¡ráfaga!
No faltan pequeñas piscinas de agua a temperaturas insufribles, fumarolas y solfataras. Es un complejo turístico- gratuito-, pero es irrepetible, imperdible y excepcional para que adultos y niños veamos y aprendamos. Un lugar para despertar la imaginación y la fantasía.
¿Y los gamberros de clase y sus malditos huevos podridos? Porque aquí el olor a azufre es tan intenso que cualquier mala digestión de unas buenas fabes con chorizo pasa desapercibida.

3 de julio de 2012

Islandia (II). Alþingi, o prácticas para reconocer una falla

Sería una memoria maravillosa, un cerebro de capacidades ilimitadas.
A veces imagino ser capaz de recordar con precisa nitidez absolutamente todo lo que pasa por mis retinas, sin filtros ni olvidos. Poder activar un resorte que guardase una eterna sucesión de imágenes a la vez que nos movemos. No estaría mal, ahora mismo recordaría cada río, cráter, risco, glaciar o lengua de lava petrificada de nuestro paso a paso en Islandia. Pero hay inconvenientes: tendría menos ganas de volver, las fotografías estarían hechas sin alma y los recuerdos perderían su esencia, la discrecionalidad y subjetividad, su exposición al paso del tiempo y su unión irrevocable a los sentimientos. El viaje perdería esa fantasía que existe entre descubrir y recordar.
Entre las órbitas europea y norteamericana, y al mismo tiempo singular, aislada e independiente, Islandia propone una sociedad casi contracultural a favor de la tolerancia, la convivencia pacífica y la democracia igualitaria. Hacen falta mucho valor, fuertes convicciones y rebosar confianza para poner en tela de juicio- con luces y taquígrafos- a todo tu sistema político, económico y social, y empezar (casi) de cero; al menos los valores no los habían perdido.
Una de las raíces donde se hunde toda esta moral y sentimiento está en el Alþingi (Þ/þ sería el equivalente fónico a nuestra "z" o al "th" inglés), primer parlamento islandés allá por el año 930, uno de los más ancianos del planeta. El lugar es memorable: una falla desgarrada por fuerzas excepcionales- comparados, allí somos ridículos seres que sólo han conseguido erguirse- que separa Groenlandia y América de Eurasia al ritmo de la teoría de Wegener, junto al agua fresca del río Öxará ("hacha"), con el telón de fondo de ventisqueros aún bien colmados en verano, y bajo la cascada Öxararfoss. Allí es donde los pioneros demócratas de esta isla decidieron reunirse a hablar para no pelear.
La zona, junto al más extenso lago natural islandés (Þingvallavatn, 84km² azules), es uno de los cuatro parques nacionales que tiene declarados el país (un saludo a la cumbre Río+20- ¿cuándo? ¿dónde? ¿qué?- y al nuevo rumbo de la política medioambiental en España: sequía, recortes y Arias Cañete auguran buen cultivo para los incendios forestales): Þingvellir.
¿Y si pudiésemos rebobinar el tiempo a alta velocidad y ver cómo la quebrada, indomable, partía la tierra en dos? ¿Cómo sería el ruido de estas tripas: ronco, hueco, quejumbroso...? Si pudiese elegir, me quedaba con esta recreación tan hollywoodiense antes que con la memoria infalible; al fin y al cabo tenemos las fotos.