11 de septiembre de 2013

Un deporte que no merece su afición

Antes de que nos vendiesen la moto del "nuevo ciclismo", el "ciclismo limpio", ya apenas seguía competiciones ciclistas ni sus resultados; me cansaron sus mentiras... y las de los deportistas en general. Pasaron muchas horas de sillín, rutas, puertos y viajes con la bicicleta a cuestas, pero siempre bastante ajeno al deporte profesional- algo relativamente extraño para un practicante asiduo-. Luego llegó el tiempo de la carrera a pie y nada cambió: veo la retransmisión de algunas carreras primaverales y el Tour de Francia, más por el catálogo de paisajes que enseña la realización que por interés deportivo; ojeo de vez en cuando algún periódico y leo algo de opinión, se acabó.
Pero el gusanillo está ahí; es el deporte que más satisfacciones personales me ha dado y con el que más he disfrutado como aficionado, y estoy seguro de que cuando pase el tiempo de gastar suelas y mirar el paso por kilómetro, volveré a dar pedales tanto o más que antes.
Hace unos días la Vuelta Ciclista a España- ese truño, con esa pésima organización y esa mascota que es un insulto a la decencia- tuvo final de etapa a 200 metros de casa, y no pude perder la oportunidad de salir a verlo en directo. La recta de meta estaba atestada de gente peleándose por un sitio y por cualquier cosa gratis que dejase caer la caravana publicitaria (todo muy español), así que fuimos a parar a la última curva, con mejor luz, sin bullicio y en el último tramo de la ligera subida que encaraban los ciclistas. La experiencia de anteriores sprints me decía que era mejor buscar otros factores de interés distintos al efímero final, pues en la recta de meta todo sucede en un chasquido, los ciclistas están muy juntos y apenas se ve nada.
Ganó Philippe Gilbert, un belga que arrasó en 2011, el año pasado tuvo tres victorias (dos en La Vuelta y el Mundial, de ahí su maillot arcoiris) y que en la actual temporada aún no había mojado; cosas de este ciclismo tan científico y de laboratorio. Casualidades de la vida con él salió la mejor fotografía, esperando su momento poco antes de que Edvald Boasson Hagen (el de la bandera noruega en la bocamanga del maillot) lanzase su ataque. En Tarragona fueron primero y segundo, idénticas posiciones que en el Campeonato del Mundo de 2012, en Valkenburg. Más tarde, sin quererlo y mientras regresaba a casa, me lo encontré con algunos medios casi dentro del portal. Los atendió, le dio la gorra a un chaval sin mirarlo siquiera, y se metió en el coche para desaparecer detrás de sus cristales oscuros y el primer semáforo en verde.
En la recta de meta la gente se agolpaba por ver a sus ídolos y conseguir un bidón, pero el ciclismo de hoy es un deporte regado con sangrantes asuntos de dopaje, sin credibilidad y habitado por mentirosos y estafadores en todos sus niveles; no merece el tiempo y el entusiasmo que su afición, ajena al sentido común, le dedica. En una sociedad devorada por el consumo de retransmisiones deportivas y ávida de ídolos con mucho músculo, más dinero y poco seso, es de lo más normal.

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