29 de marzo de 2013

El mismo cuento cada año

Todos los años, varias semanas antes, ya están allí colgadas. Luego la ciudad se queda inutilizable, moteada con lágrimas devotas que a los pocos días ya no entienden de religión ni compasión.
Penitencia la del resto de los sevillanos.

26 de marzo de 2013

El Jardín Americano de Sevilla. Chapuza "made in"

No recuerdo haber visto un lugar dedicado a la naturaleza más olvidado que éste. Tenía que ser en Sevilla, claro, ilustración de desidia, pésima gestión y nulo amor por el territorio. Hay parques en cualquier pueblo- y área de servicio- que reservan algún pequeño rincón para un reducido muestrario de plantas- aromáticas, crasas, cactáceas- y consiguen mucho mejor resultado; pero en Sevilla "hay que mamar".
Su Jardín Americano se creó para que durante la Exposición Universal de 1992 se diera a conocer la diversidad botánica de dicho continente. Durante casi dos décadas permaneció en el ostracismo, hasta que en 2010 el Ayuntamiento socialista lo reabrió previa inversión de ocho millones y medio de euros (¿?). Por su ubicación a orillas del Guadalquivir es un lugar privilegiado, pudiendo desde allí disfrutar de su ribera fluvial y las vistas de la opuesta; está junto al Monasterio de Santa María de las Cuevas (o de la Cartuja) y a escasos metros de un diplodocus especulativo horrendo, supuesto nuevo referente urbano y económico (¡una peineta en toda regla!). Pero si no hay bares ni cofradías no interesa, oiga, que somos de recias tradiciones.
No lo recuerdo de aquellas años mozos, pero de las dos visitas que he le hecho recientemente he sacado la misma conclusión: es un bodrio. Sí, hay variedad de plantas, pero escasamente y mal indicadas, las tareas de jardinería las realizan las arañas, está sucio (es costumbre sevillana muy arraigada no usar las papeleras) y da la sensación de que el Jardín está allí para que, irónicamente, la naturaleza siga su curso... y las alimañas se hagan con el lugar. Para no dignificarlo, la web de promoción turística de Sevilla contiene una galería fotográfica vergonzosa, a la altura de su información. Todo muy cutre, como- casi- siempre.
Si aceptamos- ¡ejem!- que la inversión de 8.500.000€- ¡ejem!- fue íntegra al espacio en cuestión, ¿no se puede hablar abiertamente de negligencia del consistorio por tener que redoblar el esfuerzo económico de 1992? Si aquello estaba hecho unos zorros, sería igualmente su responsabilidad, ¿no? Pero, mientras esta crisis nos aplasta y vamos abriendo los ojos respecto a nuestros políticos, ¿no sería también lógico pensar en que es demasiado dinero incluso para sacar de las cenizas un jardín de dos hectáreas? ¿Dentro de veinte años sucederá lo mismo?

Es Sevilla, ciudad taurina y de fiestas primaverales porencimadetodaslascosas, así que ya sabemos la respuesta; reabierto y predestinado al abandono.
Apuesto a que mi madre cuida mucho mejor sus plantas en la terraza.

23 de marzo de 2013

El Macizo de Anaga, al lado de todo lo demás

Lo convencional habría sido ir directamente del aeropuerto al hotel, esperar a que saliera algo el sol y no parar de estirar las piernas en la hamaca durante el resto del viaje... con alguna excursión para desentumecer el cuerpo.
Lo nuestro es recoger el coche de alquiler para perdernos, y la primera tarde lo hicimos por el Macizo de Anaga, el sector nororiental de la isla de Tenerife. Se trata de una formación montañosa de origen volcánico tan antigua que los procesos erosivos han eliminado las formas originales del relieve, generando otras derivadas tan llamativas como los diques basálticos y fonolíticos- bloques a modo de torreones debido a la erosión diferencial- o los barrancos, profundos y verticales, factor decisivo para su difícil accesibilidad, el escaso poblamiento y la casi inexistente presencia de turismo.
Tampoco quisimos perder la oportunidad de tener nuestro primer contacto con la laurisilva, bosque nuboso tropical que ocupaba la cuenca mediterránea antes de las glaciaciones cuaternarias y que hoy sólo se encuentra en la región- natural, geológica y climatológica- macaronésica (del griego, "islas alegres o afortunadas") y unos pocos enclaves más del planeta.
La altitud del Monte de las Mercedes y el paso de los vientos Alisios nos permiten sumergirnos en él y buscar otra forma de concebir la luz, disfrutar de un mar de nubes que constantemente derrama humedad y del verdor efervescente de la vida creciendo por todas partes. Esas circunstancias- vientos dominantes y orografía- son las que determinan las diferencias en horas de sol, días de lluvia y, en último término, factura turística entre las vertientes Norte y Sur de las Islas Canarias... por si alguien se preguntaba por qué la gente se broncea más en Las Américas que en Puerto de la Cruz.
Fue sólo el inicio, seguido de unas deliciosas papas arrugás con mojo picón; pero ya pudimos comprobar que el menú nos iba a sorprender. Afortunados nosotros.

19 de marzo de 2013

Islandia (XX). Las entrañas de la Tierra

El suelo que pisamos en plena juventud, efervescente y febril, como asistir al comienzo de todo en una tarde, de una pasada que ojalá hubiese durado semanas. O un verano, con su invierno.
Fumarolas, solfataras y pozas de barro hirviendo en el inhóspito territorio de Námafjall. La planta geotérmica de Kröflustöð, visitable, en un entorno endiablado. Campos donde se superponen las coladas de lava. Colinas de riolita. Grjótagjá, una cueva con aguas termales en el interior de una quebrada digna del fin de los días, repleta de cavernas con avisos por riesgo de desmoronamiento. El lago Mývatn, de las "moscas enanas", con sus islas de lava y su postal de cuento élfico. Hverfjall, un cráter de 450 metros de altura y un kilómetro de diámetro, todo escoria volcánica y cenizas. Los "castillos negros" de Dimmuborgir sobre una depresión de veinte metros de profundidad, curiosos edificios de lava con formas zoomórficas y antropomórficas. Las aguas turquesa del cráter Víti, el "infierno", el corazón de este museo telúrico superlativo.
Aquí, bajo tus pies, mientras te sudan las uñas, pulula la dorsal que divide las placas tectónicas americana y euroasiática- la misma que desgarra salvajemente la falla del Parque Nacional de Þingvellir, junto al Alþingi-, dejando tras de sí cráteres de fisura y conos explosivos a lo largo de noventa kilómetros. Fenómenos naturales radicales sin tregua, la batalla constante a la estabilidad en la que creemos vivir, alimento más que suficiente para sufrir alucinaciones geológicas de por vida; cuando te revuelves estás sorprendido de nuevo, Islandia en estado puro.

12 de marzo de 2013

Islandia (XIX). Krafla... de mi vida

El coche se detuvo y el motor descansó, pero algo seguía rugiendo.
Los paisajes que habíamos recorrido en los últimos kilómetros eran demenciales, un sinsentido; surrealista sea tal vez el epíteto más sencillo de utilizar, pero este lugar hay que vivirlo para creerlo. Es un exabrupto del planeta. Cráteres y conos volcánicos en todas direcciones, el suelo rojo, aquellos edificios de película futurista trasnochada, las tuberías kilométricas retorciéndose entre pendientes y vaguadas, aguas azul turquesa en lo que podría ser el infierno, las humaredas, vaharadas blancas que se pierden entre las nubes, el intenso olor a azufre. Y ese alarido constante a los pies del Krafla, una caldera volcánica en cuyos intestinos la tierra se retuerce, gime, muge. Lugar marciano, paisaje desquiciado.
No había aviones sobrevolando, era la corteza terrestre dejando paso a su alma; el cerebro humano necesita chispazos de reacción, enlazar lo que ven los ojos y su entendimiento, comprender que ese ronquido infinito que te rodea y aturde es una bestia bajo tus pies, una energía desproporcionada que los islandeses utilizan en su propio beneficio.
Ese sonido incesante lo guardo en mi interior y lo recupero cuando veo estas fotos, cuando cierro los ojos y me escondo, cuando quiero seguir sorprendiéndome con lo que nos espera ahí afuera. La experiencia es demasiado intensa, tal vez desbocada, pero es que no todos los días tienes la oportunidad de verle el rostro a la Naturaleza misma.
Desde entonces ando aún más trastocado, trastornado; perdónenmelo, pero no me lo haré ver.